"San Josemaría: Un hombre que sabía perdonar"

Artículo del Vicario Regional del Opus Dei en Puerto Rico, Mons. Justiniano García Arias, publicado en "El Visitante", Semanario de la Conferencia Episcopal de la isla.

En este nuevo aniversario del tránsito al cielo de San Josemaría, canonizado en el año 2002 por san Juan Pablo II y cuya fiesta se celebra el 26 de junio, me parece oportuno señalar algún aspecto de las obras de Misericordia espirituales que vivió este santo: se trata del perdón de las ofensas. Y lo ejemplicaficaré con un par de sucesos.

En 1931, el ambiente rabiosamente anticlerical en España iba tomando fuerza y don Josemaría, caminando en sotana por las calles de Madrid, tenía que aguantar insultos e improperios de parte de todo tipo de personas. Asi anotaba en su diario:

Continúa la racha de insultos a los sacerdotes (…). Hice propósito -lo renuevo- de callar, aunque me insulten, aunque me escupan. Una noche, en la plaza de Chamberí, cuando yo iba a casa de Mirasol, alguien me tiró a la cabeza un puñado de barro, que casi me tapó una oreja. No chisté.

En otra ocasión, corría el año 1939, cuando hacía pocos meses que la guerra civil española había acabado, un día don Josemaría tuvo que coger un taxi en Madrid. Como era su costumbre, enseguida se puso a charlar con el conductor, a hablarle de Dios, de la santificación del trabajo y de la convivencia, y de olvidar la desgracia por la que había pasado España. El taxista le escuchaba y no abría la boca. Cuando llegó a su destino y se bajó don Josemaría, aquel hombre le preguntó:

- "Oiga, ¿dónde estaba usted durante el tiempo de la guerra?"

- "En Madrid", le contestó el sacerdote.

- "¡Lástima que no le hayan matado!", replicó el taxista.

No dijo una palabra don Josemaría. Ni hizo el más leve gesto de indignación. Antes al contrario, con mucha paz preguntó al taxista:

- "¿Tiene usted hijos?" Y como el otro hiciese un gesto afirmativo, añadió al costo del servicio una buena propina:

- "Tome, para que compre unos dulces a su mujer y a sus hijos"

Estos eventos que inicialmente le producían ira e indignación, se fueron transformando poco a poco en pena y lástima por sus atacantes. Decidió devolver bien por mal, “apedreando” a esos pobres “odiadores” con Avemarías, aunque no siempre lograba mantener esa postura. Un día de aquella época anotó en sus apuntes el cambio que se había obrado en él. “Ahora, al oír esas palabras innobles, se me enternecen las entrañas, por regla general, considerando la desgracia de esa pobre gente, que, si obra así, cree hacer una cosa honrada, porque, abusando de su ignorancia y de sus pasiones, le han hecho creer que el sacerdote, además de ser un vago parásito, es su enemigo, cómplice del burgués que los explota”.

Termino estas breves pinceladas en este Año Jubilar de la Misericordia con una frase tomada de una de sus homilías: “Hemos de comprender a todos, hemos de convivir con todos, hemos de disculpar a todos, hemos de perdonar a todos (…): ahogando el mal en abundancia de bien”.