Un amor más grande que la bomba atómica

Pese a la catástrofe ocurrida en agosto de 1945, Japón pudo salir adelante gracias a las virtudes humanas de sus ciudadanos. Este extracto del libro "Los cerezos en flor" narra los recuerdos familiares de una supernumeraria del Opus Dei.

Los señores Saki, de Nagasaki, narran sus recuerdos familiares sobre la bomba atómica y cómo aprendieron a perdonar.

Texto publicado originalmente en el libro “Los cerezos en flor”, de José Miguel Cejas; ed. Rialp, 2015.

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La madre de Hisae Saki [supernumeraria del Opus Dei] recordaba aquel suceso con todo lujo de detalles. No había cumplido los doce años y estaba en la escuela durante un cálido día de agosto. A las ocho de la mañana, al terminar la primera clase, la maestra les dijo que durante el recreo todos limpiarían el patio para retirar así las hierbas y la maleza. Esta es una práctica muy común en Japón, así los niños aprenden a considerar la escuela como propia y se acostumbran a ser ordenados.

Todos los alumnos se encontraban en plena faena cuando, a las ocho con quince minutos, escucharon el sonido de un avión. Alzaron la vista para verlo y de un momento a otro quedaron sumergidos en un silencio pavoroso, dentro de una luz cegadora. Las maestras no sabían que hacer, había niños que terminaron algunos metros más allá de donde estaban, abrieron las puertas de la escuela y todos salieron corriendo hacia sus casas en medio de una nube de polvo.

La gran nube en forma de hongo tras caer la bomba en Nagasaki. Agosto de 1945

La escuela estaba situada en una colina de las afueras, desde las que se divisaba una gran panorámica de la ciudad, con los edificios distribuidos por las seis islas que formaban los siete ríos del estuario. Ese día oscureció de forma extraña. Cuando la madre de Hisae Saki llegó a su casa, que estaba medio derruida, encontró a sus padres conmocionados y casi sin sentido recostados en el suelo con algunas quemaduras y heridas leves; cuando la vieron llegar, se alzaron y se abrazaron todos juntos, llorando y dando gracias de estar vivos aún. Tomaron algunas cosas y se fueron a casa de unos parientes, abriéndose paso entre edificios caídos y gritos de ayuda.

Por fortuna, la casa de sus parientes seguía en pie; pero al entrar encontraron a la tía de su madre quemada completamente y debatiéndose entre la vida y la muerte. Esa misma noche falleció.

Gracias a la formación que recibieron en el Opus Dei, descubrieron también que ser cristiano no consiste en sólo cumplir preceptos, sino en amar a Dios y servirle de todo corazón en medio de la vida familiar y social, y en el trabajo corriente.

Dos días después, cuando les llegó la noticia del bombardeo en Nagasaki, cayeron en un estado de consternación y abatimiento. Estaban tan confundidos que pensaban que todo aquello era una pesadilla y que acabaría de un momento a otro. El 15 de agosto, cuando escucharon la voz del emperador Tenno anunciando el fin de la guerra, experimentaron un gran consuelo: “El enemigo ha empezado a utilizar una bomba nueva, cruel en sobremanera, cuya capacidad para provocar aflicción es realmente incalculable, y ha provocado la muerte de muchas vidas inocentes… Si continuáramos luchando, no solo tendría como resultado el colapso y la destrucción de la nación japonesa, sino que conduciría a la completa extinción de la civilización humana.”

Fotografía de Hiroshima tomada un año después de que cayera la bomba, firmada por pilotos del Enola Gay.

La madre de Saki no pudo olvidar eso y siempre los educó para no guardar rencor a nadie. Les habló siempre de olvido y perdón. Estas enseñanzas han prevalecido durante toda su vida, desde su juventud hasta su matrimonio.

La conversión de Hisae

Hisae conoció a su marido en Kioto, cuando él estudiaba idiomas y ella hacía prácticas de piano. Los presentó un amigo que tenían en común y que era de la Obra. Mientras se iban conociendo, juntos fueron creciendo en la fe.

Durante ese tiempo estudiaban el catecismo, que consideraban, por la manera en la que habían sido educados, una serie de pautas y reglas para conocer y respetar. Sin embargo, gracias a la formación que recibieron en el Opus Dei, descubrieron también que ser cristiano no consiste en sólo cumplir preceptos, sino en amar a Dios y servirle de todo corazón en medio de la vida familiar y social, y en el trabajo corriente.

Ambos se bautizaron y luego, cada quien por su lado, respondieron a la llamada de Dios. Él fue admitido de la Obra y ella también; eso los unió aún más porque ya incluso antes de ser católicos habían decidido formar un hogar “luminoso y alegre”.

De luna de miel fueron a Roma, donde los recibió el entonces prelado Álvaro del Portillo, quien les dijo que tenían que ser ejemplares, pensando en tantas personas en Japón que el Señor llamaría en un futuro para entregarse plenamente a Él dentro del matrimonio. Les aconsejó que nunca riñeran frente a los hijos y les regalo un rosario a cada uno, después de besarlo con mucho cariño.

La visita de don Álvaro a la tierra del sol naciente

Don Álvaro del Portillo visitó la ciudad de Nagasaki el 14 de febrero de 1987. Hisae y su familia fueron a esperarle al aeropuerto: ella le ofreció un ramo de cerezo florecido y su hija un ramo de flores. Aunque aún era invierno por esas fechas y suele haber nieve, en esa época subió la temperatura, dejando así unos días de primavera.

Don Álvaro estuvo rezando ante la imagen de la Virgen en la que se dieron a conocer los cristianos ocultos y visitó el monumento de los mártires. Recordó que el mexicano Felipe de Jesús era pariente lejano suyo. Luego se organizó un encuentro con don Álvaro en la escuela de Nagasaki, al que asistieron cientos de personas. En su mayoría budistas o ateos pero todos se sorprendieron al ver cómo transmitía sus enseñanzas, porque sabía crear un ambiente cálido y grato a su alrededor. “Tenía la sensación —decía una señora no cristiana al terminar al tertulia—, de que estaba en la sala de estar de mi casa con un amigo de la familia”.

Al comenzar la tertulia contó cuánto le hubiera gustado al Fundador del Opus Dei conocer Japón:

"Rezaba para que no se desesperasen, para que tuviesen un encuentro con Dios en medio del sufrimiento. Recordaba también a los que quedarían vivos, pero con secuelas que todavía ignoraban”.

- "Recuerdo sus ansias de hacer el bien en esta tierra, donde viven tantas personas llenas de virtudes humanas, capaces de trabajar con esfuerzo e intensidad extraordinarios. Consideraba que, si todos conocieran a Cristo, si todos se encontrasen con Cristo, si todos amaran a Cristo, ¡qué gran bien se causaría a la humanidad! Porque todas esas virtudes humanas que hay aquí, toda esa laboriosidad propia de las gentes del Japón, puestas al servicio de Dios, serían algo extraordinario".

Luego dijo algo sorprendente: evocó el dolor del Fundador cuando tuvo la noticia de la destrucción de Hiroshima y Nagasaki. “Rezaba para que no se desesperasen, para que tuviesen un encuentro con Dios en medio del sufrimiento. Recordaba también a los que quedarían vivos, pero con secuelas que todavía ignoraban”.

Los señores Saki, en Nagasaki. Cuenta Hisae Saki: “Mi madre padeció las consecuencias de la bomba atómica, y aunque no era cristiana me enseñó a olvidar y perdonar”.

“Yo miraba de reojo, de vez en cuando, los rostros de los que me rodeaban, especialmente de los no cristianos. Aunque los japoneses no solemos exteriorizar nuestros sentimientos, se veía que muchos estaban emocionados”, dijo Saki.

Durante aquella visita estuvo en varias ciudades, y habló de Dios a todo tipo de personas. “Me impresionó especialmente —y pensé que a mi madre le habría agradado escucharle — lo que dijo en Kioto”, dijo Hisae.

“Cuando yo cursé bachillerato —dijo el beato Álvaro—, se decía que la población japonesa era de unos cien millones de habitantes. Ahora sois ciento veinte millones de personas, pero muy pocos conocen a Cristo. Si las virtudes humanas que tenéis aquí —laboriosidad, orden y tantas otras— estuvieran puestas al servicio de Dios, ¡qué impacto tan formidable causaríais en todo el mundo! Sería mucho más que la bomba atómica. Esta podría ser la gran venganza de Japón”.