El mensaje del Opus Dei

«Desde 1928 mi predicación ha sido que la santidad no es cosa para privilegiados, que pueden ser divinos todos los caminos de la tierra, porque el quicio de la espiritualidad específica del Opus Dei es la santificación del trabajo ordinario».

Algunas personas han afirmado en ocasiones que el Opus Dei estaba organizado interiormente según las normas de las sociedades secretas. ¿Qué hay que pensar de semejante afirmación? ¿Podría darnos, por otra parte, con este motivo, una idea del mensaje que quería dirigir a los hombres de nuestro tiempo al fundar la Obra en 1928?

Desde 1928 mi predicación ha sido que la santidad no es cosa para privilegiados, que pueden ser divinos todos los caminos de la tierra, porque el quicio de la espiritualidad específica del Opus Dei es la santificación del trabajo ordinario.

Hay que rechazar el prejuicio de que los fieles corrientes no pueden hacer más que limitarse a ayudar al clero, en apostolados eclesiásticos. Y advertir que, para lograr este fin sobrenatural, los hombres necesitan ser y sentirse personalmente libres, con la libertad que Jesucristo nos ganó.

Para predicar y enseñar a practicar esta doctrina, no he necesitado nunca de ningún secreto. Los miembros del Opus Dei abominan del secreto, porque son fieles corrientes, iguales a los demás: al incorporarse al Opus Dei no cambian de estado. Les repugnaría llevar un cartel en la espalda que diga: "que conste que estoy dedicado al servicio de Dios".

Esto no sería laical, ni secular. Pero quienes tratan y conocen a los miembros del Opus Dei saben que forman parte de la Obra, aunque no lo pregonen, porque tampoco lo ocultan.

Fragmento de la Entrevista realizada por Jacques Guilleme-Brulon y publicada en Le Figaro (París), el 16-V-1966, recogida en Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, 34